Las TIC, con el acceso a internet al frente, forman ya parte de nuestra realidad cotidiana pero no dejan todavía de presentarse como una novedad tecnológica que provoca rechazo a unos, asusta a otros, entusiasma a otros tantos y margina a muchos.
La red supone libertad e interactividad y no es buena ni mala en sí misma. Simplemente es una herramienta cuya utilidad depende de la curiosidad, la inteligencia y la ética del usuario. Encierra bondades y abundantes peligros y corre el riesgo de convertirse en un supermercado de la información. Información que sólo, en contadas ocasiones, se convierte en conocimiento.
Junto al espacio real ha crecido un espacio virtual y podemos considerar internet como una duplicidad de las relaciones y de descubrimientos. Los entusiastas de este medio aprecian su carácter democrático y popular. La red es una fuente inagotable para el estudio, el ocio, la investigación, la información… Pero era una pieza demasiado valiosa como para escapar de la especulación. Anuncios, firmas comerciales y basura de todas clases inundan el espacio. El tráfico que hoy tiene YouTube es el que tenía la red en el año 2000, cada día se envían 200 millones de correos y se calcula que hay más de 170 millones de sitios web. Tampoco escapa a la vigilancia y determinados gobiernos e instituciones están apostados cuidando de los valores morales de los usuarios y velando por su seguridad.
